Como la perilla de la hornalla que eleva o baja el fuego así se sienten los excesos en el desequilibrio entre las importaciones y la producción local... O al menos así lo imagino, es fuego que crece en el corazón de las personas cuando obligatoriamente aportan con impuestos a gobiernos que no valoran sus capacidades ni respetan sus necesidades.
Es obvio, o eso creemos, que todos nacimos para aportar algo, que todos somo especiales, sin embargo los sueldos evidentemente definen a los exitosos y el futuro no es el mismo para ellos que para el resto. Cerrar las fronteras a las importaciones parecería ideal para ayudar a los que quieren crecer sin competencia, sin embargo es una pretensión ridícula e imposible en la práctica, insostenible. Además estaríamos obligando como siempre a las personas a vivir bajo los estándares de nuestros ideales, algo que es habitual en gobernantes y garantía en los sueños de todo político. Entonces lo que podríamos entender como equilibrio debe ser un justo y armónico balance donde se valora el aporte de cada parte de igual medida. Y si no somos capaces de hacerlo en gran escala entonces podríamos empezar por casa, aprender a vivir con lo que necesitamos, valorar igualmente nuestro trabajo y el de los otros siempre considerando que no vivimos para trabajar, sólo queremos garantizar la vida, una vida feliz.
El mundo desborda personas de todos los colores y formas, con múltiples talentos y en el fondo iguales en sus deseos y expectativas, con ganas de aportar a todos y recibir de todos, de formar parte de una comunidad global justa y respetuosa más que a un libre comercio que personifica el atropello del más fuerte.
No nos quedemos con malos ejemplos, tomemos lo mejor y mejoremos...
Esta bién proteger lo nuestro, pero cerrarnos a interactuar con el mundo es una medida muy extrema. Ningún sistema es perfecto pero cuando ya comenzamos a perjudicarnos a nosotros mismos es el peor camino.
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